La versión de los vencidos de Tierra Caliente
Es autor de ¡Ahí viene el Marihuano!(2020) y El muerto que nos llegó de Estados Unidos (2017).
No olvido aquella tarde de julio de 2018 cuando conocí a Noé Israel Borja (Altamirano, 1982) en el portentoso Callejón Sur de Tlapehuala. Y de ahí para acá, entre citas de poetas y canciones y relatos orales de una imaginería rica en realismo, en el sabor amargo de cervezas o el dulzor de algún brandy, en las calles de algún pueblo de la Tierra Caliente del Balsas o en cualquier cantina donde aprendemos alabados y jaculatorias, lanzamos sueños y pulimos frases que dan cuenta del talento al que aspiramos.
Yo no soy crítico ni teórico ni siquiera promotor cultural. Soy nada más Josimar, aquél que desde los 12 o 13 años, repite versos de Paz o de Sabines, al amanecer, como Papa qué en el Ángelus del domingo, reza con voz lenta avemarías.
La poesía es un ejercicio de la memoria, según los griegos. Y en sus imágenes se agolpan sentimientos, emociones y experiencias lingüísticas. Fiel a mi tradición, anoto unas líneas y me ciño a ellas. Mi gran maestro, Federico García Lorca, jamás hablaba en público sin haber escrito sus textos. Qué hombre tan ordenado. Le daría pena ajena ver lo que yo escribo desde mi sonora irresponsabilidad.
Yo había leído El muerto que nos llegó de Estados Unidos, y dije en su momento: “A este libro le pondría como subtítulo ‘las dieciocho formas de la derrota’. Porque justamente tiene que ver con eso. Noé ha encontrado una ventana o una rendija, por decirlo de algún modo, donde no solo es importante la versión de los vencedores, sino también la de los vencidos”.
Cuánta emoción sentí en aquél amanecer en que leí el anuncio de que el libro ¡Ahí viene el Marihuano! estaba impreso y disponible para su venta. Primero lo busqué en las calles de Altamirano, en los puestos de libros, porque me dije: “Puesto que Altamirano es una ciudad, debe tener librerías.” Y no, en ningún lado lo vendían. No olvido el asombro de los vendedores de puestos de periódicos, donde con voz valiente pregunté si vendían ¡Ahí viene el Marihuano!, ¿Ahí viene el Marihuano?, respondían llenos de incredulidad. Título irreverente para estas tierras donde gobiernan los cabecillas del crimen organizado. Y así, mi asombro de que no hay librerías gordas de literatura y repletas de poesía, es uno de los tantos reclamos que le he hecho a Ciudad Altamirano. Cuando yo sea presidente de la República le concesionaré el Fondo de Cultura Económica a Carlos Slim y verán cómo se llena de librerías esta gran patria.
Así, con sueños y monólogos llegué a casa de Noé, donde adquirí el libro y de regreso a Tlapehuala, ese camino que mis abuelos recorrieron a pie o en mula, me lo llevé leyendo historias de un realismo paralelo. Noé es un autor serio en su escritura. Hijo cronológico de la generación de la ruptura, y nieto consentido del realismo mágico, lector avezado del psicologismo ruso, ha encontrado vetas narrativas en la región que le está viendo crecer.
En su escritura, se paladea una peculiar sobre adjetivación, muchas veces riesgosa, pero siempre con fina intensión auditiva que le permite conservar la oralidad de sus relatos.
Noé, además, es un oralitor natural que lo mismo lee a Borges o a Gabriel Zaid que engancha pláticas con las vendedoras del mercado. Sin ser filólogo, es quien mejor ha registrado el habla agolpada de los mercados de la región y el Callejón Allende.
Trazo algunas líneas generales para el estudio de los cuentos de ¡Ahí viene el Marihuano!: Uno: Noé es un tramposo. Juega con nuestra ignorancia. Cuando parece que identificamos la motivación de los personajes, cuando desmenuzamos la trama, nos queda la duda si esta es real o hay otra fundamentación ficticia. Y siempre, por debajo de todo, la indagación autobiográfica. Dos: la apuesta de Noé es por el lenguaje. No me deja mentir su búsqueda de un ritmo que da cuenta del habla de Tierra Caliente. La adjetivación, muchas veces ilógica pero funcional, nos hace pensar en la adjetivación de nuestras abuelas o tías mayores. Tres: me pregunto si los cuentos son cuentos o son simientes de novelas o guiones de películas por su enorme condensación de imágenes e insinuaciones. Cuatro: Noé debería permitirme leer todos los nombres rimbombantes de los personajes y sonaría a letanía luterana o a recitación musulmana por la gravedad de los apelativos.
Los cuentos de Israel no tienen que ver tanto de las anécdotas sino de la forma en que se cuenta. Cada uno cuenta historias distintas, pero siempre vinculadas a un tema: la nostalgia de la tierra. Las mujeres no son presentadas con carácter dócil, la mayoría de ellas las describe con palabras como “gruesas”, “frondosas”, “potentes”; mujeres duras que son las sostienen los relatos, mujeres que son la imagen de nuestra región, de nuestro suelo.
El cuento “Caballos locos” es una alegoría de cómo vivimos la realidad de la Tierra Caliente. Porque ahí los animales tienen más miedo que las personas cuando las cosas malas suceden. Ahí todos somos animales desbocados que andamos entre las calles y entre los pueblos cada vez más vacíos buscando el sentido de la realidad.
Con el epílogo, porque estas historias cuentan con un epílogo, escrito en primera persona, uno se siente ese personaje oscuro y poderoso al que se le escapa el pasado y el presente de las manos.
En ¡Ahí viene el Marihuano! no se trata de una lectura sociológica a manera de Roberto Saviano (Nápoles, 1979) en su libro Cero Cero Cero, sino más bien se trata de una profundidad social y costumbrista, pero sobre todo, de una búsqueda simplemente literaria. Además, habría que entender su escritura como una reinterpretación de nuestra historia entendida a la luz de la filología, de la filosofía, pero también de los relatos ecuménicos de la iglesia. Por ejemplo, “El retorno” habla de una reinterpretación de la parábola del hijo pródigo. Cuando uno termina de leer este cuento, inevitablemente aparece la pregunta: ¿Yo qué les he robado a mis padres? Con lo cual uno empieza a buscar la redención.
Noé Israel Borja es hijo de la tierra donde vive. Si en su primer libro abordó el tema de la emigración, donde los personajes cobran conciencia de ello sólo frente a la muerte; con el segundo nos abre una perspectiva de cómo está sucediendo la vida en una porción de México llamada Tierra Caliente.
Pero a todo esto, hay que decir que sus libros son un canto a la vida. La literatura de Noé ha vuelto a las calles para recuperar la capacidad de sueño y la capacidad de construir esperanzas.
Por *Josimar Galíndez Rojas. Foto: Miguel Benítez | Noé Israel Borja, Callejón Sur de Tlapehuala. Publicado en El Despertar de Zitácuaro, Michoacán.
* (Tlapehuala, 1985) Poeta antes de la furia política. Casi inédito, porque publicó una plaquette: Andar tu nombre (Diabluras Ediciones, 2013). Su poesía está dispersa en su muro de Facebook.