“Hay estudios que analizan el origen geográfico de palabras náuticas y cómo se nutren y retroalimentan”, investigadora del INAH
Con la conferencia “La vida en los barcos. La herencia del mar en la lengua”, a cargo de la historiadora Flor Trejo Rivera, continuó el ciclo Lengua, espacios y vida cotidiana en México.
Después de los viajes de Cristóbal Colón hacia las Indias, se hacían filas de hasta dos años en Sevilla para poder embarcarse, lo cual se convirtió en un fenómeno que llamó la atención de marineros de diferentes orígenes lingüísticos, destacó la filóloga Concepción Company Company, miembro de El Colegio Nacional, durante la nueva sesión del ciclo Lengua, espacios y vida cotidiana en México.
Aquellas embarcaciones eran como “una Babel de lenguas”, que también se convertían en una especie de teléfono descompuesto y en un mundo de aprendizaje lingüístico inmediato de sobrevivencia, aseguró Company Company durante la tercera sesión del ciclo Lengua, espacios y vida cotidiana en México celebrada de manera presencial en el Aula Mayor de El Colegio Nacional y transmitida a través de sus redes sociales.
Aunque había un vocabulario común y se reconocían algunas las palabras, no siempre se comprendían las órdenes e instrucciones de las oficiales dirigidas a su multinacional tripulación; “también los pasajeros eran de lugares muy diferentes, no sólo eran castellanos, sino catalanes, franceses; imagínense dos meses o tres de convivencia entre ellos, tenían que aprender otras lenguas a una gran velocidad.
Una vez que se bajaban del barco, conocían el vocabulario náutico y con amistades multilingües, multidialectales. Esa es la construcción de la América que habla y piensa en lengua española, y luego viene el multilingüismo de las lenguas amerindias”, señaló la colegiada.
En la conferencia, Company Company recordó que en ciertos galeones la mayor jerarquía la tenía un flamenco, “no debemos olvidar que el emperador Carlos I nació en Flandes, y hay datos de que no hablaba español fluidamente, sino alemán”, con lo cual, quien daba la orden en el barco era un flamenco que hablaba en su lengua, o en alemán, y los de abajo, es decir, la tripulación, debían interpretar las instrucciones para realizar todas las tareas pesadas ordenadas.
La historiadora y especialista en arqueología subacuática del INAH, Flor Trejo Rivera, tituló su participación “La vida en los barcos. La herencia del mar en la lengua”. En ésta, reconoció que lo que le daba uniformidad a esa diversidad de marineros era el lenguaje náutico, “que debían entender sí o sí, porque en el mar no había lugar a ambigüedades, sobre todo si hablamos de un ataque o de una tormenta”.
“Eso les daba uniformidad y, al mismo tiempo, nutría el propio lenguaje náutico a bordo. Hay estudios que analizan el origen geográfico de palabras náuticas y cómo se nutren y retroalimentan, pero sí era una torre de Babel impresionante por la cantidad de gente que se podía embarcar, porque no siempre había el número suficiente de marineros que estuvieran disponibles”.
De acuerdo con la investigadora, una de las primeras palabras registradas por los europeos a su llegada al nuevo mundo fue canoa, proveniente de la lengua taína que aún se habla en las Antillas. “Canoa se aplicó como un genérico y que cada nueva sociedad con la cual entraban en contacto tenía nombres para sus embarcaciones, los mexicas la llamaban acali, porque eran como casas flotantes”.
Relajamiento de las costumbres
Considerada de las mayores conocedoras sobre embarcaciones y sus recorridos en la época de la conquista, Flor Trejo Rivera aseguró que aquellas travesías marítimas se convirtieron en una forma de laboratorio social, porque al provenir de distintas regiones y tener diferentes lenguas, ya en el mar debían construir una forma de camaradería durante el viaje.
“Cervantes lo retrata muy bien en sus Novelas ejemplares, pues, en esta discordia no sólo se registra entre marineros, sino también entre marineros y pasajeros o marineros y soldados; no se llevaban bien, porque los soldados a bordo sólo trabajaban si había una batalla, si no había, iban a echar la flojera; entonces los marineros tenían que trabajar todo el tiempo, lo que no dejaba de ser un factor de riesgo, de alarma”.
Otro ejemplo está en el trato a las mujeres que viajaban en un barco: estaba prohibido que viajaran solas, tenían que hacerlo con su marido, su padre o con su hermano, no podían decir: “voy con mi amigo”. Ahora imaginemos el calor en un barco con “300 personas a bordo. Ellas debían refrescarse con sus vestidos pesados, porque no se podían quitar la ropa, mientras que los marineros sí lo podían hacer; además, para las mujeres era muy impactante ver a un marinero semidesnudo en el siglo XVI”.
La historia nacional y de su desarrollo tiene que ver con el agua, con la navegación. Hay una frase de un filósofo griego que habla de las clases de seres humanos: los vivos, los muertos y los que navegan, una imagen que busca retratar el sentido del mar, donde “puede haber momentos en que crees que estás a punto de morir, puede haber momentos en que el mar te genera vida, pero justamente esta experiencia en un barco propicia que los pasajeros no bajen de la misma manera en que abordaron”.
“Maqroll el gaviero es una novela preciosa de Álvaro Mutis, que narra cómo los que los que se dedican al mar ya no pueden estar en tierra y ya sólo pueden convivir con quienes han compartido estas experiencias, tomando en cuenta que quien está a bordo de un barco ya no está ni vivo ni muerto”, aseveró Trejo Rivera.
La conferencia “La vida en los barcos. La herencia del mar en la lengua”, a cargo de la historiadora Flor Trejo Rivera, tercera del ciclo Lengua, espacios y vida cotidiana en México, forma parte de los contenidos que se encuentran disponibles en el Canal de YouTube de la institución: elcolegionacionalmx.
Foto: Cortesía.