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Una literatura para estos tiempos | Nos queda lo mejor de Isabel González

Pagina Zero - isabel gzl

Es una edición de la editorial Páginas de Espuma.

Nos queda lo mejor es un conjunto de relatos con un mensaje de optimismo. Aunque un tanto particular. No es un mensaje de optimismo, por ejemplo, para quienes luchan por sus sueños y los consiguen –nos va a matar esta frase–, sino para quienes luchan por sus sueños y no los consiguen. Para quien intenta hacerlo bien y le sale mal. Para quien toma una decisión y se echa atrás de inmediato. Para los payasos y las estríperes, y las payasas y los estríperes. Para quien trata de seducir a alguien con un moco pegado a la nariz. Para quien cobra la mitad. Para los viejos que se hacen los jóvenes y los jóvenes que se hacen los sabios. Para quien recoge gatos. Para quien no sabe quién es. Para quien se sacrifica y no recibe recompensa. Para quien folla sin amor. Para quien ama sin follar. Para quien guarda su vida en una caja y cuando decide abrirla, ha perdido las llaves.

Y seguimos y hasta nos da la risa.

Nos queda lo mejor es un canto de amor al patetismo humano, a la chapuza universal. Una puesta en escena de la pasión por lo grotesco. Porque lo grotesco corporiza lo patético y si algo somos, por encima de todas las cosas, es gente patética y enamorada.

ISABEL GONZÁLEZ © Lucia_Bailon
Isabel González.

Ha pasado una década desde su debut literario con Casi tan salvaje que llegó a las librerías en el año 2012. Diez años después un nuevo libro de cuentos. ¿Nos puede contextualizar cómo ha sido su escritura y su corrección en estos años, simultáneamente a su labor con otros textos o disciplinas artísticas?

El contexto es siempre búsqueda. En cuanto encuentro algo, iba a decir que pierdo otra cosa, pero no siempre es así. A menudo, ese algo encontrado llama a otra cosa. Distinta. No dejo atrás. Acumulo más bien. Y con el paso del tiempo, lo difícil es organizar esta acumulación. Variopinta. Desastrosa. Reluciente a veces también. Eso que llaman 'carácter'. Tras Casi tan salvaje escribí la novela Mil mamíferos ciegos, expuse mi obra plástica que trabaja con objetos encontrados, realicé análisis infográficos de cuentos de Borges, de Cheever, de Leonora Carrington, vi crecer a mis hijos, vi morir a mi padre, perdí infinidad de gomas de pelo, conservé mi amor, empecé a conocer a mi madre, me extrajeron un tumor cerebral, ¿el truco en la masa de las albóndigas?: un chorrito de coñac. De ahí surge este libro. De las albóndigas. No. Del coñac. Tampoco. De la complejidad y del sinsentido de camino a la compasión y al humor. No trato de entender. Trato de asumir la chapuza universal.

Sin duda es un libro que no sólo participa de una estructura sutil gracias a algunos elementos que dialogan a lo largo del libro, sino que hay una vocación evidente (por cronología, por temas) para armar una coherencia interna en el libro de cuentos. ¿Cómo ha trabajado en esta construcción, cuándo se produce el hallazgo para desarrollar la selección final, el orden y su convivencia en el libro?

Dice la gran Marguerite Duras que solo sabemos lo que escribimos después de haberlo escrito. Estoy completamente de acuerdo. He aquí la coherencia. No como un plan, sino como un hecho, como una honestidad en el escribir. Escribir de un modo tan cotidiano como atarse los zapatos o lavarse la cara. En alianza directa con la vida, con la emoción real. Se trata de escribir como cortar el pan o limpiar el inodoro. A veces placentero. A veces hasta repulsivo. En este libro he intentado decir lo que quería decir sin saber exactamente qué. Salvo tal vez que hay gracia en lo miserable y humor en los tanatorios. Las contradicciones y las paradojas hacen de la vida algo sofisticado, complejo, interesante, exigente, nada dócil, brutal. Puede que sea la paradoja el punto en común selectivo. Dicho esto, espero ansiosa que algún lector o lectora me diga qué he escrito.

Si hubiera que etiquetarle tendríamos que asumir que no es inetiquetable, inclasificable. Su obra se mueve en un territorio brumoso donde se dan cita la ironía más ácida y la conmoción poética, el humor casi grotesco y la imaginación desbocada, la violencia que irrumpe y deseo que explota. ¿Cómo se arma una escritura de contrastes, de grises que pueden empujar a la extrañeza, a la incomodidad, pero también a la epifanía, al desenlace (entiendo este como punto de llegada a la comprensión)?

Jamás busco la extrañeza porque sí. Se trata más bien de una percepción del mundo. Quizá lo que ocurre es que no hago un esfuerzo racional por encontrar significado sino por perpetuar los hallazgos de andar por el mundo. Si camináramos por un llano, por ejemplo, yo no hablaría del llano, ni tampoco de la imprevista y majestuosas cumbre que de repente se alza ante nuestros ojos, ni del lago azul donde aquel día nos bañamos, ni del pozo tremendo en el que perdimos a un amigo. No. Yo hablaría del hombre vestido de payaso que nos cantó una copla, de la oveja que se enamoró de mí, de la piedra que se me metió en un zapato en 2001 y que no me quité hasta 2015. La ironía me interesa porque permite lo imposible de estar lejos y cerca a la vez, de participar en las cosas y analizarlas sin que las cosas te destruyan. También es un mecanismo de defensa, por supuesto. En cuanto a la violencia de Nos queda lo mejor, me cuesta más encontrarla. En ninguno de los cuentos sucede un hecho verdaderamente trágico: no hay muertes humanas, ni violaciones, ni asesinatos, ni torturas, ni puñetazos. Salvo como diría aquel: «¡Ay, los golpes que te da la vida!» Lo que tal vez pase es que hablan de gente muy bien dispuesta. De gente que se planta en el mundo peinada, limpia, con la raya a un lado del pelo y la camisa dentro del pantalón, y las cosas, después, salen como le salen. Y vuelve a peinarse y a echarse colonia. Esta maravilla del amor incondicional a la vida. Yo veo mucha ternura en estos cuentos. ¿Será ternura de Zaragoza?

Es magnífica la utilización de ciertos mecanismos que acercan, enfrentan y empujan a los personajes más allá de los vínculos que se pueda tener. En ocasiones sus personajes son “maltratados” con cariño. ¿Qué papel juega esta relación con la creación de sus criaturas?

Sí. Aquí enlazamos con la pregunta anterior. Este libro, como dice su contraportada, contiene un mensaje de optimismo. Aunque un tanto particular. No va dirigido a quienes luchan por sus sueños y los cumplen sino a quienes luchan y no los consiguen. A quien intenta hacerlo bien y le sale mal. A quien toma una decisión y se echa atrás de inmediato. A los viejos que se hacen los jóvenes y los jóvenes que se hacen los sabios. A quien no sabe quién es. A quien se sacrifica y no recibe recompensa y sigue. Yo jamás maltrato a mis personajes. Yo los quiero profundamente. Ni te imaginas lo que los amo. Adoro lo grotesco porque lo grotesco corporiza lo patético y si algo somos, por encima de todas las cosas, es gente patética y enamorada.

Lo que sí hago es tensar ciertos hilos para hipertrofiar ciertas emociones que tienen lugar en ciertas situaciones, o más que hipertrofiarse, las emociones se manifiestan en su verdadero tamaño. Como soy infografista, me viene a la mente el homúnculo de Penfield. Se trata de una figura humana con los órganos sensoriales del tamaño que ocupan en el cerebro. La cabeza y las manos son enormes, el cuerpo escuálido, los labios y la lengua gigantescos, los pies pequeños, la nariz diminuta. Bien. Pues así vamos por la vida por mucho que tratemos de ocultarlo. Esfuerzo de ocultamiento que se agradece porque este homúnculo es en verdad un horror. Feo, feo respecto al ideal griego de belleza. Aunque absolutamente real. Grotesco como la verdad es grotesca. Los ideales son bellísimos, pero admitamos que no suelen funcionar muy bien. Están bien como horizonte, pero el horizonte es a veces una cuerda atada con la que tropezamos.

Por último, hay una evidencia entre los dos libros de cuentos que permanece y que es un auténtico acierto. En su día el escritor Fernando Iwasaki escribió que “lo salvaje se manifiesta como signo, pensamiento, bricolaje o mentalidad, incrustado en lo más profundo de nuestra presunta sociedad civilizada”. Ahora, Nos queda lo mejor, estando presente ese lado salvaje, hay además una mirada escéptica e incrédula hacia ese tejido social, hay algo de animal herido que espera sobrevivir o espera el cataclismo final. ¿Cómo se puede leer su libro en este paradigma más colectivo, social?

Hoy he entrado en mi casa y no me ha percibido ni el sensor de movimiento de la luz. He tenido que subir las escaleras oscuras. ¿Pero por qué vas sin luz?, me ha preguntado mi marido al llegar. Porque he desaparecido, le respondo. Tengo testigos. Cuando una mujer pasa los cuarenta, los cincuenta, desaparece. Es así. No se trata de una desaparición tan solo erótica, sino de una pérdida de protagonismo en el tejido social. La madurez no existe en las mujeres. Existen la juventud y la vejez. Aunque también hemos ganado terrenito. Y también, ojo, se trata de una percepción atávica íntima que nosotras mismas proyectamos de dentro afuera. Un movimiento jodido y a la vez, una nueva libertad que permite el acecho, la distancia, la ironía, la ligereza. Se desarrollan nuevos mecanismos de supervivencia y de acción en el mundo bastante jugosos e interesantes. Ya no tienes que gustar. Puede que se espere el cataclismo final, pero que sea la leche, por favor.

La observación de Iwasaki respecto a Casi tan salvaje es absolutamente acertada. La vida en sociedad exige convenciones. Lo cual es necesario para la vida en común. Pero también es opresivo si no hay espitas de fuga. De esto hablaba mi anterior libro de relatos. De esta opresión. De esta mentalidad salvaje apresada en la acción civilizatoria. Y sin llegar al tremendismo, ambos libros desvelan la dimensión escatológica e indomable que nos conforma por mucha civilización que nos echen encima. La diferencia es que en Nos queda lo mejor, estas exigencias sociales, estas opresiones civilizatorias actúan también como mecanismos que desarrollan o ponen en entredicho identidades. Me explico. Si una vive en una burbuja (higiénica, virtual, selectiva) donde todo el mundo es como tú, donde la moral, la comida, la música, los gustos, los disgustos son los mismos para todo el mundo, ¿quién demonios eres tú? Es en contacto con lo distinto donde se producen los chispazos, el reconocimiento, las emergencias, las dificultades que nos desvelan. Por eso, Nos queda lo mejor es una apuesta por la extraordinaria vida en común. Los hábitos, las ideologías nos dan herramientas, pero ante una tuerca inesperada, hay que usar otro alicate.

Conoce más de Isabel González

Creció en una gasolinera de un pueblo de Zaragoza (Ejea de los Caballeros). Escritora autodidacta, publicó en 2017 su novela Mil mamíferos ciegos (Editorial Dos Bigotes), y en 2012 apareció su primer libro, Casi tan salvaje (Páginas de Espuma), un volumen de relatos “de ritmo trepidante, quiebros y sorpresas que anulan al lector la capacidad de reacción, […] tan elaborado como extrañamente visceral”, en palabras del escritor Manuel Hidalgo. Exploró las vías de la escritura colectiva con La Aldea de F. (Punto de partida, 2013), obra fragmentaria a ocho manos, y en Pelos (Páginas de espuma, 2016). Su vocación experimental la llevó a escribir dos libros ilustrados entre lo infantil y lo adulto, El caballo del malo (Cénlit ediciones, 2015) y El mismo (Milrazones, 2017). Fue incluida por Cátedra entre los autores más representativos del relato breve contemporáneo en Cuento español actual 1992-2012.

Sobre su obra se ha escrito: «La escritura de González está constelada de imágenes poderosas, denuestos implacables y sobre todo reflexiones de una penetrante ironía e inteligencia», Fernando Iwasaki; «Una de las escritoras más destellantes y feroces del panorama español. González se desenvuelve en los márgenes: se atreve con todo», Almudena Sánchez; «Humor discreto, y no, también escatológico. Tan suyo. Podríamos hablar de un punk lleno de ternezas. De un tierno-punk», Esther Peñas; «González no se conforma, experimenta. Siempre al borde del estallido verbal, emocional y erótico.

Apostando por cada palabra como si fuera la última. Como si no hubiera ni mañana ni otra línea a continuación», Manuel Hidalgo; «La escritura visceral de Isabel González ha hallado la vasija perfecta para desarrollar sus visiones, tan carnales y a la vez tan elevadas», Eloy Tizón.

Con información de Página de Espuma. Portada: Cortesía. Foto de Isabel: © Lucia_Bailon