Conmemoran el 121° aniversario de la Promulgación del Plan del Zapote
Fue el primer levantamiento armado en el país contra Porfirio Díaz.
La Revolución Mexicana tuvo, sin duda, carácter nacional; sin embargo, no es posible ignorar que fue resultado de factores que podríamos llamar locales que, sumados unos a otros en el orden que se produjeron, hicieron posible el gran estallido de 1910.
En los albores del Siglo XX, Diego Álvarez, Vicente Jiménez y Canuto Neri habían muerto, pero la sangre renovada del pueblo fluía incesante al cerebro y al corazón de aquella sociedad ultrajada. Hombres nuevos, caudillos en embrión, llegaron a ocupar el lugar de los próceres desaparecidos y encabezaron –otra vez– el descontento público. Era un aguerrido grupo de jóvenes con formación intelectual. Había abogados, periodistas y poetas. A estos jóvenes correspondió la tarea de enfrentarse, a principios de 1901, al continuismo de Antonio Mercenario y después al desgobierno de Agustín Mora.
Antonio Mercenario había demostrado su voracidad como administrador de la aduana de Acapulco y su crueldad como capataz en las minas de Romero Rubio. Con estos antecedentes, fue tres veces gobernador: en 1893, como interino de Ortiz de Montellano hasta 1894; luego gobernador constitucional: de 1894 a 1897 y de 1897 a 1901. Sus gobiernos no fueron distintos de los anteriores. Déspota redomado, concedió privilegios a un grupo de extranjeros, consumó despojos de tierras, se enriqueció junto con sus amigos, mando asesinar, se burló de la ley y todos los conflictos sociales los resolvió por la vía violenta. Si los anteriores gobernadores solicitaban licencia con frecuencia, Mercenario los superó ampliamente en este aspecto. El odiado recurso de la leva fue uno de sus favoritos y no sólo para enfrentar a los soldados forzados con el pueblo en Guerrero, sino en otras partes del país, como fue el caso de los reclutados contra su voluntad y enviados a pelear en la guerra del yaqui, que Díaz había emprendido contra los nativos sonorenses.
Desde 1898, estos jóvenes empezaron a organizarse para hacer oposición contra Mercenario, pero ante las feroces represalias de este sujeto, se refugiaron en Cuautla y Puebla, hasta donde llegaron Eusebio S. Almonte, Salustio Carrasco Núñez, Rafael Castillo Calderón, Blas Aguilar, Alberto Inocente y Miguel Román, Sabino Arroyo, Fortino Arellano, entre otros. Desde su voluntario exilio, a través de periódicos fundados y sostenidos por ellos, prosiguieron en su oposición a Mercenario. En Cuautla, Eusebio S. Almonte fundó El Eco del Sur, periódico de combate en que se atacó sistemáticamente al déspota, exhibiendo sus arbitrariedades.
Por su parte, el periódico El Hijo del Ahuizote, que dirigía Daniel Cabrera, extraordinario caricaturista, se había significado como vocero de la oposición contra don Porfirio y allí se publicaban denuncias contra Mercenario quien, por medio de una maniobra jurídica, logró cerrarlo y aprovechó un diario oficioso, también de la capital del país, denominado Patria, que dirigía Irineo Paz, padre de nuestro Premio Nobel, Octavio Paz, para colocar a varios abogadillos guerrerenses que tenían por consigna defender a Mercenario.
En 1900, Mercenario hizo público su propósito de reelegirse y, por supuesto, la campaña oposicionista creció en Guerrero al extremo de llegar a ser una cruzada estatal. Los jóvenes inconformes decidieron enfrentar a Mercenario en la lucha electoral. Contaban, como contaron, con el apoyo del pueblo. El hombre escogido entre el grupo oposicionista fue el talentoso y prestigiado abogado Rafael Castillo Calderón, originario de San Miguel Totolapan. Desde luego, Mercenario trató de utilizar sus conocidos métodos represivos, pero sus tácticas resultaron contraproducentes pues los ánimos oposicionistas se exaltaron e hicieron que la ciudadanía se inclinara a favor de la candidatura de Castillo Calderón.
Mercenario reconoció anticipadamente que perderían las elecciones y presentó su dimisión al Congreso, el cual nombró provisionalmente en su lugar al poblano Agustín Mora. La sustitución no satisfizo al pueblo, toda vez que llegaba al gobierno otra persona ajena al estado quien, no obstante que era criador de chivos, al grado de que le decían “el Chivero”, sentía asco por el pueblo y saludaba con el codo a la gente humilde. La situación se agravó, pues al concluir el periodo para el que Mora había sido nombrado, trató y logró hacerse elegir como gobernador en un burdo simulacro de comicios. Castillo Calderón y sus partidarios comprendieron que no había otra salida que las armas, a pesar de que no estaban preparados para un levantamiento de esa naturaleza. Se dedicaron a encender la revuelta en varias partes del estado, principalmente en Chilpancingo y en Mochitlán, en la Tierra Caliente y en la Costa Grande.
Con la finalidad de institucionalizar el movimiento, el 21 de abril de 1901, bajo un zapote prieto que estuvo en la orilla sur de Mochitlán, hombres y mujeres surianos acordaron suscribir un manifiesto revolucionario con el nombre de Plan del Zapote. Dicho plan contenía los puntos siguientes:
- Desconocimiento del régimen porfirista.
- Reformas a la Constitución de 1857 para adaptarla a las necesidades de los campesinos y los obreros.
- Reparto de tierras y haciendas de los latifundistas, comenzando con las de Tepechicotlán, San Miguel y San Sebastián, del distrito de Guerrero y demás existentes en el suelo mexicano.
- Acuerdo de la junta revolucionaria de pregonar el Plan, siendo deber de todos defenderlo.
Como se advierte, el plan tuvo un contenido político y agrarista, y el levantamiento armado, aunque sin orden ni concierto, fue el primero que se produjo en México en el Siglo XX contra Porfirio Díaz. El plan fue firmado por Anselmo Bello, lugarteniente de Castillo Calderón, Juan, Felipe y Gabino Garduño, Vicente, Ignacio y Eutimio Muñoz, Alejandro Nava, Porfirio Jiménez, Cesáreo Cuevas, Máximo de Jesús, Luís Gutiérrez, Jesús, Epifanio, Wenceslao, Mateo, Francisco y Juan Bello y un grupo de mujeres tixtlecas encabezado por la señora Luciana Jiménez.
Es justo mencionar que, entre la muchedumbre que apoyó el movimiento, destacaron Alejandro Castañón, Miguel Román, Quirino Memije, Manuel Vázquez, Genaro Ramírez, Vicente Tapia, los hermanos Francisco y Ambrosio Figueroa, Faustino García, Aurelio Velásquez, Jove y Agustín Arcos, Manuel Sevilla Vélez, Ignacio Sevilla, Esteban Soloche, Modesto Rentería, Juan Navarrete, el coronel Donaciano González, el licenciado José Aristeo Córdoba, padre del líder obrero Alfredo Córdoba Lara, y la insigne Margarita Viguri. Casi todos sufrieron prisión y otros fueron fusilados sin formación de juicio por el esbirro Victoriano Huerta, quien fue el encargado por Porfirio Díaz para reprimir el levantamiento.
Lo hizo de manera sanguinaria y brutal, a tal punto que, por ello, fue ascendido a general brigadier.
Para finalizar, conviene hacer algunas reflexiones sobre el movimiento armado de 1901. Este movimiento se inserta dentro de las tentativas que se dieron a fines del Siglo XIX y principios del XX en México contra un régimen dictatorial. Porfirio Díaz se impuso a sí mismo en la Presidencia de la República e impuso a los gobernadores de los estados. En Guerrero se dio el caso de que todos los gobernadores porfiristas, excepto Damián Flores, que era de Tetipac, provinieran de otras entidades y, en el caso de Mercenario, existió la sospecha, nunca desmentida por él, de que era oriundo de España. Los gobernadores porfiristas invariablemente vinieron al estado con el único propósito de enriquecerse; otorgaron concesiones a extranjeros para explotar fundos mineros, propiciaron la creación de latifundios y ellos mismos fueron detentadores de vastas extensiones de tierras. Sus escasas acciones positivas se vieron opacadas por sus latrocinios.
Es por todo eso que sucedió hace 121 años que se conmemoró un aniversario más de la Promulgación del Plan del Zapote, en el Municipio de Mochitlán con una ceremonia presidida por Gerardo Mosso López, Presidente Municipal de Mochitlán; Aída Melina Martínez Rebolledo, Secretaria de Cultura de Guerrero, y Miguel Ángel Ríos Soberanis, titular de CICAEG, entre otras autoridades civiles, alumnos del Colegio de Bachilleres No. 34; integrantes del H. Cabildo del Ayuntamiento Municipal y sociedad civil.
Foto: Cortesía.