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Iliana Hernández | Buscadora de la palabra

Pagina Zero - iliana hdz

Sobre su nuevo libro: Nuevo diccionario de palabras que debieron desaparecer pero garabatean una moda insidiosa.

 

Quien anda entre palabras, puede encontrar en los diccionarios el catálogo de piezas de un idioma, puede encontrar los conceptos perdidos, puede aclararse sus significados; pero los diccionarios comunes y corrientes no pueden revelar el trayecto vital que lleva del significante a su definición o la manera en que las palabras van tornándose oscuras, van lastimando la lengua y tasajeando el corazón de sus hablantes.

Quien anda entre poemas, tarde o temprano se percata de que la poesía es el arte de encontrar la palabra necesaria, de articularla con la vida misma, en la fragilidad y hondura de la condición humana. Iliana Hernández Arce, autora de este Diccionario, sabe que hay que buscar el sentido de las palabras aún en esos lugares donde nos es más difícil entrar, en los enrarecidos sótanos del corazón.

La poeta anda entre las palabras, no lo hace como una atildada lexicógrafa, sino con ardor y coraje: busca las más difíciles de encontrar, las más incomodas de articular, las necesarias.

Una palabra necesaria exige un enunciado; se revela múltiple, multívoca. La poeta sabe que toda palabra necesaria requiere su glosario, su lugar en la lengua. Así sucede con las palabras desaparecidas, enterradas, las mismas que irónicamente se han vuelto comunes y corrientes en el delirante tiempo y lugar que nos tocó vivir. Transcribo algunas de la escalofriante serie que nos ofrece la poeta:  narco, operativo, pederasta, tráfico —de drogas, de personas, de órganos—; cada palabra se desglosa, prolifera, invade otros órganos, otras palabras, hace metástasis.

Un preciso decir, acompañado de imágenes inapelables, distingue la poesía de Iliana Hernández Arce, este libro sigue por esa ascendente línea. La travesía por los difíciles caminos que recorre este libro exige un temple y una altura que la autora sabe mantener. Así podemos leer en “Unión Tepito”: «una larguísima lengua lame el cielo (…) las sirenas no callan   esta vida es un círculo roído   llegamos puntuales a la indiferencia   no hablemos de dolor   ni de girones deslumbrantes sin dueño/ estrellas rojas a plena luz   dentro y fuera   partes del corazón ruedan sin dueño/ quédate quieto   no sudes/ arrodíllate» (p. 61)

Quisiera subrayar. No nada más se trata de ofrecer palabras, sino vocablos, es decir, palabras que a pesar de todo se llevan a la boca. ¿Cómo decirlas, cómo encontrar ese orden preciso, necesario? Recuerdo a Yeats: “la poesía se hace con las palabras naturales, puestas en el orden natural.” No son palabras sueltas las de este diccionario, reclaman el aliento del verso y el cuerpo del poema para que su urgencia sea cabalmente comprendida. Sabemos que cualquier palabra por sí misma carece de sentido; por ejemplo, la palabra tráfico. Su sentido se da en la frase. El turbio espíritu de nuestro tiempo acuña el enunciado: “Tráfico de órganos”, sintagma que baña de excluyente negrura a las palabras curativas que han erosionado ante nosotros: esperanza, vida, donación.  

Iliana Hernández muestra también en este libro las virtudes del corte al interior del verso, cultivado con quirúrgica precisión. Ahora el corte funciona no solo como una puntuación blanca, sino como rapto del aliento, como tajo y apnea. Espacios en blanco, enunciados que se atoran y rasgan, palabras que nos dejan sin aire antes aún de pronunciarlas. Los espacios en blanco se hacen aquí dolorosamente femeninos. Las blancas. La blanca. Las mujeres tratadas, las mercancías. Pero también aparecen aquí las mujeres buscadoras, ya no de palabras, sino de desaparecidas; mujeres que son las últimas maestras de una humanidad perdida: «cuando llegan niñas   estas muertas   las rodean   las arrullan como / hijas vivas».

En el diccionario idiomático las palabras se enlistan siguiendo un orden, el alfabético; en este diccionario se apela también a un orden sagrado, fracturado por una violencia ominosa: polimórfica y endémica. Las palabras de la poeta nos abren al mismo tiempo el ojo y el oído, nos dejan comprender los alcances del daño, más allá de las estadísticas, más allá de lo decible, y nos advierte: “violencia no es una lengua materna (…) violencia es un cielo deshonrado bajo fosas a la luz del fuego   luz consumida en cenizas   violencia es terminar desnudo de la vida.” Deshonra y desnudez, palabras-ojo, como dirían los poetas chinos, palabras que levantan el párpado —ya no del ojo, sino— del corazón.

Pocas veces como en este diccionario se deja sentir el llamamiento urgente del poema: la sacudida necesaria para que despertemos del sopor, el recordatorio de que es necesario vomitar ese narcótico que en mala hora nos tragamos, el reclamo de encontrar la palabra, sacarla de las tripas —y ahora me permito incluir al corazón entre las tripas—: he aquí el sentido y la febril vocación de este Diccionario.  

Por Javier Acosta.

Portada: Cortesía.