Machipahuak / A mano limpia | Crónica de la Danza de los Xochimilcas
Se realiza en el "Martes de Carnaval" en vísperas del miércoles de ceniza.
El silencio y la quietud del lugar de las estrellas, de pronto se ve interrumpido por la música de viento y los gritos de batalla que poco a poco se acercan al centro del poblado. Un rectángulo enmallado espera ansioso el encuentro pactado para las cuatro de la tarde. Poco a poco los pobladores cubren cada una de las rendijas de aquel tejido de metal, por momentos nadie dice nada, no hay mucho que decir, hay mucho por ver.
Previo al miércoles de ceniza, en Zitlala, poblado enclavado en la Zona Centro y comienzo de la Montaña de Guerrero, se celebra el martes de carnaval, cuando hombres vestidos con el traje típico femenino (xochimilcas), con mascaras de luchador y algunos botes de aluminio o plástico a los costados (charramigos), o cubriéndose el rostro, se enfrentaran uno a uno, en un duelo donde no hay perdedores, en donde no se busca acabar con el rival, una demostración de fuerza y de un profundo amor y respeto a una de las tradiciones más emblemáticas del poblado, que nació en defensa de sus mujeres.
Cada capitán se ha encargado de hacer comida para aquellos que van a pelear, para quienes han decidido ofrendar su cuerpo e invocar al aire, y es su deber y responsabilidad pasar por cada uno de ellos a sus casas. Los guerreros avanzan en grupo, por las calles calurosas de Zitlala, la tropa se hace más grande a cada paso, acompañados del sonido del tambor de llamado tocado por el Mayor, quien vaticina lo que pronto sucederá.
Los xochimilcas avanzan despacio, el mezcal pasa de mano en mano, de boca en boca, bebida de los dioses que fortalece el cuerpo y el espíritu. Detrás de ellos, la banda de viento toca sones alusivos a lo que está por venir. En cada esquina, hacen un llamado al viento, el Mayor toca el tambor y canta “Mati to sentlalikan / no konetzitzihuan / ken huelli ken pitenzin / maka tij tlamakazikan / man san ta ahueltiske – Vamos a reunirnos / todos mis hijitos / desde el más grande, hasta el más pequeño / no hay que tener miedo / solamente vamos a jugar”, convocando a más participantes, pero principalmente al aire. Los xochimilcas danzan y en un momento forman un círculo que comienza a dar vueltas por la derecha, por la izquierda, semejanza precisa a los vientos que atraen, que limpian.
Los grupos avanzan, cada minuto que pasa los acerca más a sus rivales. Los pobladores miran expectante su avance, algunos se unen, otros les dan copas de mezcal; el ambiente festivo se respira en Zitlala, todos se mecen al ritmo de la banda de viento.
El enmallado ya los espera, cada persona tiene que pasar por un arco sanitizante, donde personas reparten cubrebocas, y dan indicaciones que nadie escucha. El primer grupo en llegar es el conformado por el Barrio de San Francisco y Tlaltempanapa, que se coloca en la puerta norte, la banda de viento los acompaña y danzan mientras lanzan gritos de batalla, levantan las manos, se declaran vencedores.
A los poco minutos, el contingente del Barrio de San Mateo aparece en la puerta sur, danzan al ritmo de la banda de viento, mientras retan a quienes los esperan desde el norte. Gritos y el sonido de la banda de viento se vuelve a escuchar, el Barrio de Cabecera arriba a la cancha donde fue colocado el enmallado, se une a los xochimilcas del Barrio de San Mateo, los gritos de batalla se reproducen cada vez más, la tensión crece a cada segundo, los referís están preparados, los pobladores están preparados, los peleadores están preparados.
Los capitanes entran al rectángulo, cruzan algunas palabras, ellos tienen que pelear primero, se dan la mano, se dan un abrazo, y comienza el combate.
Los xochimilcas y los charramigos, eligen con quien quieren pelear, se retan señalándose con el dedo y haciendo una señal de “ven”, el rival puede aceptar o rechazar el reto, no hay reglas escritas, la mayoría de éstas se han transmitido de forma oral: tienes que pelear con alguien de tu “vuelo”, de tu edad, y siempre que él quiera, lo particular es que la mayoría acepta el reto. En estas peleas no hay perdedores, solo ganadores.
Un xochimilca mira a lo lejos, examina uno a uno al grupo rival, examina quien está de su vuelo, no piensa en alguien en que pueda vencer rápido, piensa en alguien que tenga las mismas posibilidades. El rival acepta, se acerca, se ven a los ojos, se dan la mano, un abrazo, se pide una pelea limpia y comienza el combate. Golpes directo a la cara, sin tiempo definido, sin rounds definidos, sin ventaja de uno sobre otro. Algunos xochimilcas alientan a los peleadores, mientras desde afuera del rectángulo, señoras, niños y familiares alientan a sus peleadores, las palabras más reproducidas: “dale”, “sin miedo”, “tú puedes”, palabras que alientan, alimentan y le dan fuerza a los guerreros.
La euforia y adrenalina va subiendo cada vez más, se empiezan a formar varios grupos de combates, niños, muchachos, muchachas, señores y abuelos, se baten en duelo, los referís por momentos no se dan abasto, pero nadie más se mete a la pelea, al contrario, cuando los ánimos suben de tono, los compañeros se encargan de separar a los contrincantes. Cuando alguien decide no pelear más, hace una seña y el contrincante grita y brinca levantando los brazos, ha sido vencedor.
Los combates se extienden durante un par de horas, las bandas de música de viento no han dejado de tocar, quienes ya pelearon bailan, toman mezcal y cerveza, el ambiente festivo se apodera de todos los presentes, hasta que uno de los grupos decide terminar con los combates, ya no hay quien quiera pelear, ya no hay contrincantes, todo ha terminado. El grupo “vencedor” grita eufórico y por unos minutos sigue retando a quienes han decidido terminar con las batallas, algunas se dan afuera del rectángulo, pero la mayoría de xochimilcas y charramigos, se retiran a sus casas, o a casas de los capitanes, donde platicaran sobre la hazaña que acaba de ocurrir.
De un momento a otro la plaza se va quedando vacía, sobreviven algunos peleadores que en grupos cuenta su victoria mientras toman mezcal o cerveza. Algunos puestos de comida y frituras se alumbran a lo largo de la avenida principal, en ellos algunas familias comen gustosas mientras platican sobre lo presenciado.
La noche cae poco a poco sobre Zitlala, en la plaza algunas gotas de sangre reposan sobre la duela, la música de banda de viento poco a poco se extingue a lo lejos, no hay gritos eufóricos o de victoria, el silencio se hace presente, solo una pequeña ventisca de aire se pasea por el lugar, aquel aire que lo atrae y lo limpia todo.
Por Abdiel Valle Lara y Everardo Martínez Paco | Foto: Cortesía de Everardo Martínez Paco.