Mohamed Molina | El Encanto de la Brevedad
Este es un texto de Isaías Alanís.
Es toda una aventura hablar sobre la poesía guerrerense, que va del sentimentalismo rural, a la búsqueda apasionada de nuevos caminos, y como primera premisa, saber si existe o no la poesía en Guerrero. De Altamirano a Agripino Hernández Avelar; de Jesús Bartolo a Orlando Mondragón y Emiliano Aréstegui; al poeta de lenguas originarias Hubert Martínez Calleja, y las poetas Zel Cabrera y Brenda Ríos, tan solo por mencionar a algunos de los que han obtenido premios últimamente. Lamento ya no llevar un mapa de los creadores surianos, siempre enredados en merecer los dones del estado. Y lo más trascendente, es la ausencia total de crítica literaria, no solo en Guerrero, en todo México.
Ante este vacío de crítica literaria profesional, y no la de la descalificación apriori, muy bien organizada en Guerrero, las capillas y confesionarios de escritores han convertido el quehacer poético en una trampa donde los viejos poetas municipalistas y los nacidos de becas y premios, giran en un vacío donde la palabra se desmorona, apenas se publica.
La poesía es su campo de batalla, sobre todo de aquellos que buscan un nuevo modelo y una ruptura. A esta mescolanza de acentos, se une la falta de una escuela de escritores, así como de músicos y bailarines. Un centro Cultural Integral donde se enseñen todas las artes y de la cual podrían saltar a escena grandes creadores dado el talento natural del guerrerense para la música, el baile, la poesía y las bellas artes.
Mohamed Molina, (Cuajinicuilapa, 15 de enero de 1977), cuya obra “El reto de Mohamed”, auspiciada por él autor y la Editorial Sagitario, es un libro que hay que leer con cariño, mas que con rigor. Mohamed, el Kelele mayor, da el salto de la canción tradicional a una búsqueda poética, utilizando su mismo bagaje y formación. Ser afromestizo en este tiempo es moda, antes fue escarnio, racismo. Mohamed, sin alterar el paso, desde su trova tropical y ecológica, se introduce al sombreado mundo de la copla con un libro poliédrico integrado por vivencias cotidianas y confesionales en el que persiste su amor por la iguanita abandonada herida a la vera del camino y por la Madre tierra:
Antes se lavaba con chicayotillo
No morían arroyos, no morían “blanquillos”
Ahora se lava con detergente
Se mueren los ríos se muere la gente.
Y en coplas de rima variable construye un vergel de recuerdos, vivencias y emociones al que intenta darles un cuerpo poético y una voz.
En el poemario, la sincera estructura de sus textos es propia de la región, el uso de palabras costachiquenses y el abuso de las mismas es muy notorio en todo el poemario que bien cabe dentro del concepto que he elaborado de la “Costeñía”, que en palabras llanas se define como todo aquello que forma parte del ser, sentir y ser de los afromestizos y pueblos originarios que comparten simbólicamente una unidad cultural que durante siglos ha conformado modos de ser, costumbres, y todo lo que esto encierra, vela, revela o mantiene en las sombras.
Mohamed ha redimido un segmento del habla en su trabajo lleno de lugares comunes que por la capacidad de asombro que nos causa, se convierten por arte de magia en un viaje a través de la tierra roja de los llanos de San Nicolás, o el caminar por las hermosa playas de ese centro marino de coordenadas donde la sensualidad avanza, se detiene y ebulle pareja a la vida y en cada sonido, en cada golpe de viento, se logra escuchar el redoble de tambores y el golpe del corazón que emite sonidos como el del último tumbo del mar que también se esta maleando.
Mohamed, con su ingenuidad de costeño franco y abierto, nos invita a leer su trabajo con la misma gran capacidad de su sonrisa. Es como entrar a pie o en auto a Cuajinicuilapa, es como penetrar a una gruta donde el sabor de la costa se nos revela -no entre los brazos de una costeña- sino entre los hálitos de este vivir, pegadito al filo del machete y con las ansias de amar que ha de ser agotada hasta el amanecer, aunque se apague o no la luz, porque el día que se apague, solo habrá de quedar sobre la bahía de la hamaca, el cuerpo nítido de otra desnudez, no la del cuerpo, la desnudez de estar frente a frente con los insomnios de la vida y el sueño de la muerte.
Abrazo a Mohamed, el Kelele mayor, por esta aventura con la palabra, hecha a hacha y machete y a golpe de puro corazón.
Seguro estoy que su trabajo habrá de tener frutos en cada uno de los lectores que adquieran este libro, que es un viaje por el alma de una región del bello, peligroso y atractivo estado de Guerrero, tan lleno de memorias perdidas y encontradas y una entidad donde la palabra cobra vida en cada corazón de las y los guerrerenses como un tributo de esperanza por una vida mejor.
Y obviamente, un flechazo cargado de nostalgias por un rinconcito de la Costa Chica de Guerrero, donde aprendí a escuchar la voz de la parota y el llanto de la piedra al saltar del silencio al abismo, y de este al mar donde el amor nace, renace y nos ahoga.
Saludos a los todos.
PD. Adquieran el libro, vale la pena leerlo.
Mohamed Molina es un creador afromestizo originario de Cuajinicuilapa, un pueblo con ascendencia negra en donde se respira el olor a brisa de mar y los ríos; se escucha el sonar de los tambores y el ruido tenue de la huacharasca, semejando el correr del agua.
El día de ayer presentó su libro "El reto de Maohamed", en la Biblioteca Pública número 22, en el zócalo de Acapulco en compañía de Blanca Reina y los comentarios de Misael Habana y Víctor Manuel Trani, familia y amigos, además de su grupo Kelele.
Foto y vídeo: Miguel Benítez.