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No creo en una literatura autónoma y sí, en escrituras capaces de producir presente: Cristina Rivera Garza

Gilberto Peralta

“Escribir sobre y contra la violencia nunca es fácil, especialmente cuando las narrativas patriarcales han probado una y otra vez su eficacia para justificar las agresiones mismas”.

“Empiezo a hablar del presente con una historia muy vieja, tal vez, porque el pasado nunca se va del todo…Yo he iniciado hoy con una historia de ancestros, porque como Annie Ernaux declaró tan fervientemente no hace mucho, creo que también he escrito para vengar a los míos y las mías, para traerlos a colación a un medio que, una y otra vez, ha tratado de relegarlos al olvido o al estereotipo”, con estas palabras la escritora Cristina Rivera Garza inició su Lección inaugural en El Colegio Nacional, titulada Escribir con el presente: archivos, fronteras y cuerpos.

En la ceremonia, realizada el 21 de julio en el Aula Mayor de la dependencia, la autora de libros como Nadie me verá llorar (1999) y Los muertos indóciles. Necroescritura y desapropiación (2013), sostuvo que escribir sobre el pasado no es una nueva idea y la han experimentado otros autores con gran acierto y valentía, “complicando las historias oficiales donde los migrantes y las mujeres brillan por su ausencia o son reducidos con frecuencia a caricaturas de sí mismos”.

En su discurso de ingreso, Rivera Garza se refirió a sus ancestros, a sus abuelos que pertenecieron a una comunidad indígena del altiplano potosino y que migraron a Coahuila en la primera mitad del Siglo XX. “Sabían lo que era el hambre, la oscuridad de los tajos, el peligro del derrumbe. La inminencia de la asfixia. Los nombres de esa pareja de migrantes, que ahora podríamos denominar como refugiados climáticos, eran José María Rivera Doñez y María Asunción Vásques, mis abuelos paternos”.

Invocó a los escritores José Revueltas y Gloria Anzaldúa, a los que llamó ancestros y aseguró que no sólo incorporaron cuerpos y experiencias al campo de lo literario, sino que también acataron los retos estéticos que esas presencias imponían e imponen a formas prescritas.

“Yo le debo muchísimo a muchas escritoras, mi relación con la literatura escrita por mujeres es basta, es entrañable y es de una gran gratitud, escritoras como Rosario Castellanos, Elena Garro, Inés Arredondo, Margo Glantz, Elena Poniatowska, Rosa Beltrán y Ana Clavel. Pensé que era importante como migrante y nieta de fronterizos hablar de Gloria Anzaldúa”.

“Mi tarea como escritora en estos y otros materiales es, luego entonces, explorar y desbrozar, subvertir y complicar esas narrativas que se presentan como cosa dada o como condición de existencia. Pero esto no es algo que se logra aisladamente”, agregó.

Expuso que la imaginación no es un atributo de la ficción, sino el rasgo intrínseco a toda práctica de escritura y de lectura. “La imaginación juega un papel fundamental… toda escritura es escritura de la imaginación. Se trata, por supuesto, de una imaginación acuerpada que nace, se complica o desfallece gracias a, o en contra de, los mismos vectores de poder que estructuran nuestras vidas”.

¿Es posible, desde el siglo XXI, dar cuenta cabal de esa realidad que incluye el drama del territorio y el drama de la migración?, se preguntó Rivera Garza. Recordó que este tipo de cuestionamientos la han atareado y puesto simultáneamente en alerta por años enteros.

“He respondido con un sonoro sí, en Había mucha neblina o humo o no sé qué, Autobiografía del algodón, y El invencible verano de Liliana, libros que he publicado en lo que llevamos del siglo XXI, y que oscilan entre la ficción y la no ficción, valiéndose de la investigación de campo e investigación de archivo, de la entrevista y la rescritura”.

“Se dicen fácil todos estos conceptos, pero cada uno de ellos, la ficción y no ficción, investigación y escritura, sedimento y acumulación, tierra y atmósfera, y archivo y materialidad, llevan dentro de sí discusiones largas”. La autora enfatizó que “escribir sobre y contra la violencia nunca es fácil, especialmente cuando las narrativas hegemónicas, en este caso las narrativas patriarcales, han probado una y otra vez su eficacia para generar y luego justificar las agresiones mismas”.

Aseguró que escribir es una práctica fundamentalmente crítica y que la escritura creativa tiene la capacidad de despertar y activar un lenguaje que, desde el poder y dentro de los parapetos del poder, se entumece y paraliza.

“Empecé estas notas que ahora comparto con la historia de mis abuelos migrantes y las concluí con la del feminicidio mi hermana, porque son experiencias profundamente personales que han cuestionado de múltiples formas mi tarea como escritora y porque son, también, por desgracia, experiencias que comparto con muchos otros en un mundo signado por una guerra sin cuartel contra las mujeres y contra los migrantes por igual”.

“No creo en una literatura autónoma, en su propia torre de marfil, y sí, junto con Josefina Ludmer entre tantos otros, en escrituras capaces de producir presente y, aún más, con el presente”. Para la escritora mexicana, los enigmas que la impulsan a colocarse una y otra vez frente a la pantalla de la computadora vienen de su presente y aquejan tanto a su intuición como a su intelecto.

“Yo no escribo de lo que sé, como reza el dictum, sino para saber y, aún más, para complicar lo que se presenta como sabido o como resuelto. Lejos de ofrecer un viaje hacia un pasado que se ostenta como estable o ya hecho… todos estos artefactos se proponen un recorrido y una relación contraria: desde y hacia el presente, e incluso del futuro… Sólo así, argumentaba el filósofo Jalal Touffic, podremos enfrentarnos al desastre insuperable, ese que no sólo ataca la infraestructura y la vida material, sino también el legado inmaterial de su fuerza crítica”. 

“Walter Benjamin lo llamaba redención; yo lo llamo seguir aquí, insistentemente, testarudamente, incómodamente, en la comunidad que es toda ubicación y toda pertenencia. Y seguimos”, concluyó la colegiada.

Salutación

Por su parte, Adolfo Martínez Palomo, presidente en turno de El Colegio Nacional, comentó en la salutación que, al acoger a la novelista y poeta Cristina Rivera Garza, “abrimos las puertas también a la antropóloga, historiadora, socióloga, cuentista, y ensayista inminente.

Ella tiene la virtud “de hacer porosos los muros”. Sostuvo que, además al área de las artes, la autora llega a la de las ciencias sociales y, por si fuera poco, se recibe con gusto en las ciencias de la salud. “Gracias querida doctora, por ayudarnos con su ingreso a diluir las falsas rejas con las que hemos querido encajonar nuestro conocimiento”.

“Mencionemos una efeméride más, creo que viene a cuento, ocurrida, hace 50 años, el ingreso de Carlos Fuentes, quien en su discurso inaugural mencionó lo siguiente: 'Pero cuando ciencia, moral, política y filosofía descubren sus limitaciones, acuden a la gracias y a la desgracias de la literatura para que resuelva sus insuficiencias, y sólo descubren junto con la literatura el divorcio permanentes entre las palabras y las cosas, la separación entre el uso representativo del lenguaje, y la experiencia del ser del lenguaje'”, detalló.  

En su respuesta, el colegiado Juan Villoro, aseguró que, en su travesía literaria, Cristina Rivera Garza ha decidido seguir huellas, rastros, signos que podían perderse en el olvido y el desierto. “Nada estimula tanto su escritura como la ausencia, lo que no está ahí, los movimientos de quienes buscan algo que no han visto ni conocen”.

Sostuvo que el impulso migratorio determina la psicología de sus personajes. “Su escritura es fronteriza en un sentido amplio; por los temas abordados, pero, sobre todo, por la mezcla de géneros y técnicas que crean un insólito campo de significados, un espacio híbrido que incorpora voces ajenas y renuncia a la tradicional hegemonía del autor. En esas páginas, el ensayo y la ficción borran sus límites”.

En palabras de Villoro, Rivera Garza entiende la narrativa como una variante del pensamiento crítico y que el inventario de sus temas es el mapa del tiempo actual, de los feminicidios a la necropolítica, de las lenguas minorizadas a la percepción social de la locura, de los nómadas a los papeles ocultos en los archivos, de los estudios de género a las condiciones de vida que rodean el trabajo literario. “Rivera Garza desconoce el modo sedentario. Leer y escribir son para ella actos de desplazamiento. Su literatura es la zona de transfiguración donde el camino altera en forma radical a quienes lo transitan”.

“Rivera Garza ha llevado estos procedimientos a la prosa, pero también a sus cinco libros de poesía, reunidos bajo el título de Me llamo cuerpo que no está. En sus poemas-telegrama transforma el contenido en forma. El recurso esencial de la telegrafía es la economía verbal. En esos mensajes de precipitación y urgencia, se comprime y tuerce el lenguaje. Un género ahorrativo que deja fuera muchas cosas”.

De acuerdo con el autor de El testigo, la escritora es la gran autora de los desplazamientos forzados y voluntarios, físicos e intelectuales, producto de la necesidad o de los trabajos de la mente. “En tiempos digitales recupera realidades y escucha a los que van a pie. Como historiadora, pero sobre todo como escritora, sabe que el pasado siempre está a punto de ocurrir. La nueva Tira de la Peregrinación tiene a su cronista”.

“La larga caminata de Cristina Rivera Garza llega hoy a un breve momento de reposo. En su discurso, desplegó el arte esencial de los viajeros; encendió una fogata para contar su historia y confirmó que sus palabras están hechas de lumbre”, concluyó el colegiado.

El ingreso de Cristina Rivera Garza a El Colegio Nacional es un reconocimiento a su valiosa contribución a la literatura y su destacado papel como intelectual en la sociedad mexicana.

Foto: Cortesía.